Hermann Goering -o Göring- es uno de los personajes más fascinantes del Tercer Reich. Jefe de la Luftwaffe
y mariscal del Reich, consiguió hábilmente situarse como número dos del régimen nazi; su inteligencia y
astucia llegarían a poner en serios aprietos a sus acusadores durante el proceso de Núremberg. Pero, por
otro lado, Goering era un excéntrico megalómano, adicto a la morfina. De carácter voluble y fanfarrón,
era amante de los uniformes vistosos y las batas de seda, y tenía un león como animal doméstico.
Aunque Goering estaba más interesado en confiscar bienes ajenos -obras de arte, sobre todo- que en planificar
asesinatos masivos, su incuestionable participación en los crímenes nazis le llevaría a ser condenado a morir
en la horca, aunque conseguiría suicidarse en el último momento. Su profecía de que «en cincuenta o sesenta
años habrá estatuas de Hermann Goering por toda Alemania» no se cumpliría.