A diferencia de cualquier otro cineasta en la historia de nuestro cine, Fernando Fernán-Gómez vivió en sus propias carnes la repercusión directa (o incluso formó parte) de prácticamente la totalidad de los ingredientes que habrían de dar a cierto cine español de los años cincuenta y sesenta su particularísima textura, su extremada, popular y virulenta crispación esperpéntica, de raíz sainetesca, que ejemplifican
a la perfección películas tan extraordinarias como esquinadas por el Régimen como El mundo sigue (1963) o El extraño viaje (1964).
«Si la historia política de las últimas décadas ha hecho creer a los jóvenes que cualquier tiempo pasado fue peor, el hecho de olvidar el arte, la cultura y la diversión de esas épocas no tan lejanas no puede sino incrementar la ignorancia del público, contribuir a una peligrosa indiferencia».