A ver cómo os lo explico… Ser diva es, en definitiva, una actitud ante la vida. Una forma de vivir. No tienes por qué vestir ropa de marca o ser una modelo de Victoria’s Secret. Basta con que creas que lo eres (sí, la chica de las alas) y uses la calle como tu propia pasarela particular mientras caminas con los auriculares puestos escuchando una canción que te haga sacar lo mejor de ti. A una diva no se la puede achantar. Nunca. Es más, si adoptas la actitud de manera continuada que te voy a contar en este libro, enseguida verás cómo a ti tampoco te achanta nadie. Tus amigos, tu familia o cualquiera que te conozca, al ver los aires de grandeza (que no de superioridad) con los que vas por la vida, van a ser INCAPACES de negarte nada o de hacerte cambiar de opinión sobre casi cualquier tema que saques. Así que toma nota: la diva dice, la diva decide. Aunque, bueno… pensándolo bien, tener la autoestima baja tampoco quiere decir, necesariamente, que no puedas ser una diva. Puedes sentirte como una mierda, pero, oye, mientras tú te sientas la mejor mierda del mundo pues todo perfecto, no hay problema. Pero, ¡ojo!, con una condición. Esto jamás se puede dar a entender, ¡prohibido contarlo! Para todos tienes que tener siempre la imagen suprema de la perfección, es decir, la imagen de lo que ellos querrían ser. Una de tus principales misiones en la vida consiste, básicamente, en conseguir que cuando los demás te miren afloren en ellos sentimientos del tipo: «¡Jo, cómo mola, es lo más, ojalá pudiera ser como Juanmasaurus!».