Las consecuencias de un matrimonio de estado contraído
siempre por obligación y nunca por amor, afectaban por igual
a reyes que a reinas. Si el monarca buscaba la pasión en alcobas
ajenas, es perfectamente lógico que la soberana hiciera otro
tanto si bien, salvo excepciones, sus aventuras amorosas han
pasado más desapercibidas.
El lugar secundario que la gran Historia ha otorgado a las reinas
consortes ha hecho las veces de oportuna pantalla tras la que
vivir tan inoportunos romances. Pero, aún en penumbra, se
conocen una serie de «amistades peligrosas» que muchas veces
no pasaron del simple bulo propio del juego sucio político pero
que, en otras, se trataron con discreción a causa del interés del
monarca por mantener su prestigio varonil y ocultar su incómoda
cor namenta bajo la corona.
Pese a todo, amantes apasionados, chevaliers servants o
enamorados del poder como Beltrán de la Cueva, Godoy, el
cardenal Mazarino, Rasputín y tantos otros unen sus nombres a
los de soberanas tan emblemáticas como Cleopatra, María
Antonieta, Catalina la Grande, e incluso la mítica Sissi.