Anna tiene treinta y ocho años, está separada y se le acumulan las facturas a pagar. Apenas tiene tiempo para sus hijas, Chloé y Lilly, con las que sólo se cruza a la hora del desayuno.
Chloé, de diecisiete años, tiene la cabeza repleta de sueños, sueños a los que está a punto de renunciar y que sólo comparte en su blog. A Lilly, de doce, no le va muy bien en clase, pero únicamente lo sabe su diario. Es feliz con su ratoncillo, al que le ha puesto el nombre de su padre, que se fue de casa.
Pero la realidad le explota a Anna en sus narices: se da cuenta de que necesita dar un giro radical a su vida y a la de sus hijas, o de lo contrario corren el peligro de hacerse pedazos para siempre.