Lola Gavarrón nos incita a leer estas historias de trapos en el contexto histórico de la Cultura. Hecho insólito en un país donde ésta fue durante siglos contemplada desde severas tribunas, poco inclinadas a la consideración de semejantes hechos, aparentemente fútiles, aunque no por ello menos ilustrativos, esclarecedores y aleccionadores. Porque «es precisamente en el terreno de lo oculto, de lo no visible, de lo que se sugiere, pero que no se enseña, donde mejor se aprecian las diferencias nacionales, por un lado, y de clase por el otro»…
Aprendemos así muchas cosas : por ejemplo, que la historia de la ropa interior femenina empieza y termina —al menos, hasta ahora— «en pañales» ; que quienes han marcado la pauta, transgrediendo leyes y tribunales e imponiendo nuevas estéticas y modos de vida en ese mundo cerrado y mudo han sido las mujeres de mal vivir (que fueron precisamente las que mejor se lo pasaron) ; que la ropa, los muebles y el diseño arquitectónico han evolucionado siempre juntos ; que la ropa interior no sólo ha desempeñado papeles de higiene y seducción, sino también de expresión y rebeldía ; y, finalmente, descubrimos que, nos guste o no, casi siempre, la parafernalia íntima de la mujer ha sido y seguirá siendo lo que árbitros de todas índoles imponen a las mujeres, o bien aquello que ellas eligen… ¿Vuelven acaso las mujeres de este final de siglo a llevar sostenes, combinaciones, medias y ligueros ? ¿Seguirán negándose a ir encorsetadas, o se adherirán a la tendencia más sensual, de aquellas que vuelven a sentir placer de un suave roce de piel de ángel ?