Desde el 2 de marzo de 1809 hasta el 15 de octubre de 1817, John Lewis Burckhardt, un inquieto suizo (Lausanne, 1784), recorre por cuenta del Imperio Británico el Oriente Medio, como exultorio a la infancia y juventud que pasó bajo la dominación francesa.
Antecesaor del gran Sir Richard F. Burton en visitar las ciudades santas de Medina y La Meca, Burckhardt es uno de los grandes exploradores, además de ser el primero cronológicamente, del s. XIX; sus visitas a Abu Simbel y Petra, las primeras que realiza un europeo, Alepo, Palmira, Líbano, Tiberíades, Nazareth, interior de Nubia, Monte Sinaí y sus largas estancias en El Cairo y Damasco descritas con una amenidad nada habitual para aquellas épocas, pero no por eso carentes de rigor y análisis, lo sitúan en un lugar preeminente entre los exploradores de todas las épocas.
Basta comparar sus escritos profundos y llenos de observaciones con los superficiales de su contemporáneo, Domenec Badia, Ali Bey, a quien con toda malicia no duda en desacreditar. Ahora que las lecturas biográficas tienen un interés superior al suyo natural, la vida de J. L. Burckhardt no debe debe dejar de leerse por lo que de aventurera tiene, al tiempo que nos da una clave e información sobre un mundo, el árabe, que no ha dejado de estar en continuo conflicto consigo mismo y con Occidente.
Burckhardt que no dudó en tomar el nombre de Ibrahim Ibn Abd Allah y en vestir ropa árabe para no despertar la menor sospecha acerca de su auténtica identidad es autor de interesantísimos manuscritos, hoy en la Universidad de Cambridge, auténticos documentos históricos de los que solo«han traducido al castellano su Viaje al Monte Sinaí en esta misma colección,