Síntomas privados, la primera novela de Juan Manuel Salmerón, es -si bien no deliberadamente: valga rescatar la genuinidad de su inventiva- una novela anticonvencional sobre el muy convencional -y convencionalmente timorato- tema del Amor y la Muerte, un tour de forçe que ilustra sin parábolas ejemplares ni ínclitas mitologías la peripecia de una mente lunática o genial que prorroga un amor que fue edénico (y que fue por tanto incestuoso) pero que ahora es póstumo, y su trágica negativa a aceptar las ausencias impuestas por la muerte.
Para desdicha de Juan, la textura de la "realidad" no es aliviadora o amnésicamente unívoca, sino dolorosamente ambigua, tal como se empeñan en demostrar la potencia orgásmica y la visionaria translucidez de su amor, capaz de perforar la tenue superficie de la actualidad y deparar la extática identidad vivencial entre lo perdido en el pasado y lo poseído en el presente.
Pero estos síntomas de complicidad entre la subjetividad (¿enfermiza? ¿artística?) y la irreconciliable objetividad de lo real, estos "síntomas privados", subrayan y ahondan un solipsismo fatídico cuyo desquiciamiento último sólo de nuevo la muerte -esta vez el suicidio- puede redimir. ¿Sólo?... Y, sin embargo, ya en el primer capítulo la novela termina con grandes posibilidades de vida.