Exultante la Media Luna por la conquista de la isla de Rodas durante las Navidades de 1522, la visión del Santo Sepulcro de Jerusalén fue conseguida únicamente por los veintiún peregrinos que zarparon de Venecia en el verano de 1523. De entre esos peregrinos, el descendiente menor de los señores de la casa torre de Loyola, en el valle guipuzcoano del Urola, rectificará el propósito muy firme de permanecer en Jerusalén. A resueltas de lo que constituyó una obediencia, el peregrino Íñigo fundará con el tiempo la Compañía que fue denominada no de Ignacio, sino de Jesús. Mas ¿quiénes acompañaron al penitente de los Loyola a Palestina? ¿Qué motivó que los veintiuno se dividieran en Venecia, se unieran en Larnaca de Chipre y se disgregaran en Famagusta? Y en la Tierra de la Promesa, ¿dónde residieron?, ¿qué salidas hicieron?, ¿qué Lugares Santos veneraron?, ¿cómo procedía y les trató el reciente dominador otomano? ¿Cuáles fueron, en fin, las principales incidencias terrestres y marítimas que experimentaron tanto a la ida como al regreso? Ni siquiera los últimos y más competentes biógrafos de San Ignacio de Loyola han conseguido responder plenamente a estas y otras cuestiones. Apenas si lograron ampliar lo conocido por la llamada Autobiografía de San Ignacio, o porque no dispusieron de los documentos indispensables o porque prescidieron de ellos constándoles su existencia. Son las monografías de Pedro Fussly, hijo de Zurich, y de Felipe Hagen, de Estrasburgo, cabezas de los dos grupos formados en Venecia, más las aportaciones de otros autores, las que por vez primera consienten que se pueda seguir con algún detalle y detención el curso y los sucesos de tal peregrinación. Desde luego que Íñigo, tras contemplar personalmente ciertos escenarios de la Redención Cristiana, perfiló las composiciones de lugar para los Ejércitos Espirituales que pergeñara en aquella cueva de Manresa que se refleja en el cauce del Cardoner. La decisión de en todo amar y servir a la Divina Majestad del Sumo y Verdadero Capitán, se fortaleció de tal modo que por sus posteriores repercusiones en la acción secular de la Iglesia, la peregrinación del más pequeño de los Loyola no destaca menos entre las giradas por los hispanos que la de la monja Egeria en el siglo IV; las del historiador Paulo Orosio y del después obispo Santo Toribio de Astorga en el V; la de la expedición del rey navarro Teobaldo I en el XIII; la del posterior regidor de Córdoba, Pero Tafur, en el XV; y la del prócer sevillano D. Fadrique Enríquez de Ribera, en el XVI, por mencionar sólo algunas previas a la del santo de la mayor gloria de Dios. Fragmentos de las amplias panorámicas delineadas por el pintor Reuwich en 1483 ilustran y confirman las referencias de los narradores. Igualmente, perspectivas, diseños, planos, etc., de peregrinos y estudiosos de los siglos XV, XVI y XVII. Una cuarentena de fotografías en color les dan actualidad.