París, enero de 1981. Por primera vez en su historia, varias veces centenaria, la Academia Francesa recibe en su seno a una mujer. Margarite Yourcenar, la más célebre escritora francesa contemporánea ocupa, por fin, un asiento entre los inmortales.
Es una mujer singular, casi una desconocida, poco inclinada al culto del yo. Pero Matthieu Galey de la revista L’Express, de París, en un conjunto de entrevistas que la autora revisó cuidadosamente y firmó con su nombre, logró penetrar hasta el fondo de su pensamiento. Sin reticencias, con la simplicidad de un alma serena interesada en todos los aspectos del mundo en que vivimos, Yourcenar lo contempla “con los ojos abiertos” y dice lo que cree, lo que ve y lo que ha vivido. Desde su infancia flamenca, antes de la guerra del 14, hasta su retiro actual en una pequeña isla de los Estados Unidos, todo el itinerario de su notable existencia configura la trama de un retrato mucho más profundo que una banal autobiografía. Porque sea hablando de la vida cotidiana, del amor, de la amistad, la naturaleza, de Dios o de la literatura, Margarite Yourcenar tiene el don de elevar siempre el debate. Su vida aparece así como un reflejo inteligente de nuestra época.