Mil de mil que podría considerarse un eslabón más de la serie de diarios que vienen publicándose en Pre-Textos con el título de Salón de pasos perdidos, es un libro misceláneo, de literatura en estado puro, donde hay de todo un poco, relatos, ensayo, biografíaa y anotaciones de índole diversa, todo lo cual hace más incierto aún su porvenir.
A un escritor con cierta curiosidad siempre le quedará la intriga de saber quiénes fueron todos y cada uno de los lectores de sus libros. No hay dos lectores iguales como no hay dos escritores iguales. Al autor de Mil de mil le habría gustado conocer a todos y cada uno de los lectores y lectoras del suyo, en primer lugar porque no los supone numerosos, y en segundo, porque les imagina partidarios, como se cree él mismo, de cierto humor honesto y vago y de ese escepticismo sentimental y cervantino que da la calle, lo cual, según se mire, es mucho o poco.
Podrían vocearse aquí, pues, como es uso, grandes virtudes del susodicho, de su extraordinario talento y de este maravilloso libro cuyo rutilar al mismo rubicundo Apolo tiene casi ciego, pero no hay que remontarnos tanto. Bástenos saber que la vida está contemplada en estas páginas desde una esquina, aunque jamás de manera esquinada, y que, en tan oportuno quietismo callejero y literario, se tuvo en cuenta siempre la máxima de Goethe, de que cada paso ha de ser en sí mismo una meta, sin dejar de ser paso, y que cuando tales pasos no nos llevaron a adoptar el lema de Gaston de Foix, Do fuir, nos acercaron cuando menos a este otro muy magnífico: Nunca pasa nada y cuando pasa no importa. O sea, en fuga o presos.