El norte de Euskal Herria ha sido habitualmente tratado como un complejo turístico, asilo de jubilados franceses y escenario folklórico. Su cultura se resumía a txirulas, danzas y tamboriles, sin reconocer rasgos de identidad nacional más allá del banal regionalismo que imponían los centros de poder franceses. Hoy en día, esos estereotipos persisten, mientras la resistencia vasca busca incesantemente su propio proyecto de pueblo.