Hace aproximadamente un siglo, un adolescente, Jean-Arthur Rimbaud, renovaba a través de la lengua francesa buena parte del lenguaje poético occidental. Toda su poesía fue escrita en el breve lapso de cinco años. Jamás poeta alguno, en tan escaso periodo de tiempo, creó con tal fuerza una obra literaria semejante. Después, Rimbaud enmudece. ¿Por qué la obra de este niño genial no se continuó como la de otros videntes de su época, a los que solo la muerte (Lautréamont, Jarry) o la locura (Nietzsche) impidieron seguir explorando los fondos del alma humana? Tal vez la renuncia de Rimbaud a la literatura fue tan radical porque advirtió que con ella, o solo con ella, era imposible cambiar la realidad.
Su vida fue azarosa. A los diecisiete años, en la época en que se proclamaba la Comuna de París, ya había redactado un proyecto de Constitución Comunista. Poco después entraba en la etapa de la Videncia, y conocía al poeta Verlaine, del que se convertiría en amante y con el que mantendría una tormentosa relación de la que no estarían excluidas las armas de fuego. Enrolado en el Ejército Colonial Holandés, desertó, y se instaló primero en Chipre y luego en Egipto, donde llegó a vivir maritalmente con una abisinia. Tras un semifallido intento de venta de armas al rey Ménólik, trató de dedicarse sin fortuna a esa clase de comercio. Un tumor canceroso en la rodilla le obligó a regresar a Francia para ser hospitalizado. Murió allí, a la edad de treinta y siete años.