Muchos lectores recordarán la historia implacable e inquietante que Gudbergur Bergsson nos regaló con El cisne (Andanzas 307), una pequeña obra maestra que despertó auténtico entusiasmo en la crítica allí donde se publicó. Amor duro, su siguiente novela, nos confirma que Bergsson es un autor poco complaciente que no teme afrontar el reto de hablar sin tapujos de muchos de nuestros deseos más ocultos.
Un hombre envía una misma carta a su hija y a un amigo de juventud, convocándoles para que se presenten en su casa un día establecido. Su hija se teme algo y no acude. Su amigo, en cambio, asiste y se encuentra allí el cadáver del hombre con una carta en la mano. En ella explica que deja su herencia a la persona que haya acudido a la cita, con una sola condición: la de que también acepte a su amante, un hombre maduro y casado. Amor duro recoge los diarios de este amigo que acepta la cláusula, sin confesárselo a su propia mujer, y que en esa relación nueva va descubriendo una parte oscura e inconfesable que le aboca a la destrucción. Se suceden los encuentros sexuales, y, en sus anotaciones, el protagonista adopta la voz de un Job moderno que disecciona cuanto tiene de atormentado y doloroso el amor. Y así, a medida que avanza una relación tan turbadora, entre pequeñas malicias y grandes heridas, la crónica de estos encuentros va trazando una teología del sentimiento.