Nueva versión de Thomas El oscuro, nueva porque, aunque hubo una primera, Blanchot no la llama segunda, ya que es esencialmente otra novela como le escribiera a Bataille en una carta -de hecho la primera versión no se volverá a reeditar nunca, y si conserva el título y la anécdota central es porque Blanchot, siguiendo un proceso de depuración que, tal vez, inaugura con esta novela, ha prescindido de todos los elementos superfluos que no le añadían nada-. Es, además, una novela clave dentro de toda la obra de ficción de Blanchot. Pero no solamente porque cierre o abra un ciclo como se ha dicho con razón; sino porque viene a confirmar un principio narrativo que Blanchot sólo abandonará ya por el silencio, y que es también, en cierto modo, su clausura. Principio narrativo que podría ilustrarse quizás con la frase: "Todo pasa como si cuanto más se alejaba de sí mismo, más presente estaba. El relato de ficción pone, en el interior de aquel que escribe, una distancia, un intervalo, sin los cuales no podría expresarse", con la que Blanchot trata de explicar esa cualidad extrema de los relatos de Kafka, cualidad que, a nuestro juicio, comparte.
Las páginas de Thomas El oscuro sobrecogen como sobrecoge la fábula de Orfeo y Eurídice, a la que alude la novela, de un destino inmerecido. Una novela clave también porque, como todas las de Blanchot, la clave de su interpretación, o de su lectura si se prefiere, no hay que ir a buscarla fuera -ni a la psicología, ni al psicoanálisis- sino que está contenida en ella misma: la novela se rige por sus propias leyes que transgrede y acata al mismo tiempo o alternativamente y, así, los acontecimientos más inverosímiles -y la muerte es el acontecimiento más inverosímil que pueda imaginarse- se suceden de la forma más natural, y los acontecimientos más naturales -también la muerte es el acontecimiento más natural que pueda imaginarse- tienen en cambio un aire de inverosimilitud que delata su irrealidad. Y clave también, finalmente, porque contiene, una vez más, como casi todos sus relatos, alusiones y elementos autobiográficos. Sólo la ficción es real, parece estar diciéndonos aquí Blanchot. Sólo la ficción permite recobrar, como Orfeo, aquello que se ha perdido, aquello sin lo que no se puede vivir y que era la razón de la existencia, aquello que en ocasiones nunca se había tenido, pero sólo para perderlo definitivamente, sólo para que la pérdida sea merecida, para que el inocente se convierta en culpable, culpable sin redención, culpable de su inocencia.