Escritos con honestidad, agudeza y sentido de la inmediatez, los diarios de Virginia Woolf hacen aflorar esa corriente de vida que fluye incontenible detrás de sus novelas. «Yo utilizo a mis amigos más bien como lámparas: veo que ahí hay otro campo: con tu luz. Allí, una colina. Ensancho mi paisaje», nos dice, y sus palabras nombran también y dan sentido a la lectura de estas páginas. La luz de la escritora se vierte sobre los espacios, su ingenio y clarividencia iluminan ya un suceso menor en el curso de la noche ?alguien robó su bolso?, ya los grandes hitos de su obra literaria. «Digo que estoy escribiendo Las olas siguiendo un ritmo, no una trama», leemos, o bien: «Orlando es un libro muy rápido y brillante, sí, pero no intenté explorar». Este volumen abarca íntegramente el período de tiempo comprendido entre 1925 y 1930. Virginia Woolf alcanzó entonces su plena madurez como escritora, consiguió una posición segura y respetada en el mundo de las letras y participó de una agitada vida social. Pese a todo, día a día siguió consignando la impresión que le causaban escritores como W. B. Yeats, H. G. Wells o Thomas Hardy, su amor por Vita Sackville-West y el de Ethel Smith por ella, sus lecturas, sus empeños, las franjas más inaprensibles de su intimidad.