Pregonada como la fuerza motriz de la sociedad, la creatividad es supuestamente la fuente de la economía del conocimiento, que configura las ciudades en las que habitamos y define incluso nuestra política. ¿Qué podría haber de malo en ello? En una réplica brillante y contraintuitiva, Oli Mould nos exhorta a replantearnos la historia que nos están vendiendo. Nos demuestra que la creatividad es una forma apenas disimulada de un mercado en continua expansión. Es un régimen que prioriza el éxito individual sobre el florecimiento colectivo. Se niega a reconocer todo aquello (trabajos, lugares, personas) que no resulte rentable. Y eso lo cambia todo: los lugares en los que trabajamos, la forma en la que nos dirigen y el uso que hacemos de nuestro tiempo libre. ¿Existe alguna alternativa? Mould ofrece una redefinición radical de la creatividad, incorporada a la idea del florecimiento colectivo y libre de la tiranía del lucro.