Tenéis que saber que hubo una razón para que reclamáramos lo que creíais vuestro. No me corresponde a mí decirlo, pero creo que es válida porque no la escogimos nosotros: estaba en el resplandor del agua que formaba el lago de los pinos, a medio día de camino de aquí. También en esos pinos podías verla, aunque como los árboles no hablan, entiendo que fuera difícil oírla. Las ardillas susurraban el rumor de esa razón, pero solo cuando se posaban con demasiada fuerza en una rama, agitando las hojas. En cambio, las grullas, las tórtolas, los mirlos, los cuervos y los grajos la cantaban a cualquier hora del día, mientras los búhos la repetían por la noche. En ese momento estabas obligado a escucharla: era una canción bonita. Si seguís leyendo me atrevo a prometer que sabréis por qué no podíamos permitir que dejara de sonar.