Esta obra traza la historia de la presencia de los romanos en la península Ibérica desde el siglo III a. C., con las victorias contra los cartagineses, hasta aproximadamente el año 475, en que se suprimió la Tarraconensis con la conquista del noreste de la Península a manos de los visigodos. El profesor Richardson, decano de la facultad de Arte de la Universidad de Edimburgo, argumenta que la impronta romana es la responsable de la permanencia de los signos de identidad que unen a los pueblos peninsulares (lenguas derivadas del latín, etc.), y no el sustrato ibero, y que la experiencia del imperialismo romano en la Península no sólo afectó a la población incorporada al Imperio, sino también a los propios imperialistas.