«Sé que muchos, al ver la portada de este libro con mi macilento retrato, recurrirán de inmediato al índice para acudir solícitos a los capítulos que en principio puedan despertarle más morbo, más incontenible excitación. Sé que habrá muchos que se preguntarán por lo que tendrá que contar este probable caradura llamado Manolo Prado, el aristócrata del latrocinio al que tan bien se le han pagado los servicios prestados, sobre todo los servicios del silencio, que de alguna manera puede que hasta sean del todo impagables?»
Así comienzan estas memorias, que parecería bien subtitular mis silencios, como sugiere el propio autor. Este relato, hecho en un tono muy especial y sorprendente, está lleno de grandezas y miserias, casi como cualquier vida, aunque nadie le niega a Manuel de Prado su condición misteriosa. Desde una infancia y juventud tan privilegiada como accidentada hasta el estado actual de vejez y melancolía algo herida, el trayecto vital de Manuel de Prado está lleno de sabrosas anécdotas y capítulos para la historia que hasta hoy han sido un continuo interrogante. ¿Cómo perdió su mano? ¿Cómo fue su acercamiento al Rey, la persona a la que todo el mundo le une como personaje público?, ¿cómo su relación con la Reina? ¿Dónde estuvo en la transición? Senador real, mediador con la casa real saudí, presidente de Iberia, amigo español del presidente Giscard d?Estaing, protagonista de las relaciones españolas con Iberoamérica y de la Expo´92 sevillana y, cómo no, amigo del Rey. Siempre con la lealtad como principio y el silencio y la discreción como conductas, también aquí está su relato de sucesos como la Marcha Verde, el 23 F, su particular misión en Rumanía, el secuestro por ETA de su hermano Diego, su entrada en el papel cuché al mismo tiempo que su paso por la cárcel... Pero sobre todo, este relato es el torrente de una memoria cargada hasta el cansancio y que, con las lógicas cautelas, quiere descansar.