La filosofía política occidental se nos presenta como una compleja y variada tradición de discurso que, pese a la falta de unanimidad de las respuestas, se distingue por la continuidad de los interrogantes. Si el pensamiento político de otros siglos sigue siendo hoy comprensible y estimulante, ello se debe a que los pensadores sucesivos se han atendido a un vocabulario común y han deslindado como su objeto de estudio un cierto conjunto de problemas.
Por diversos medios una sociedad procura estructurar ese espacio en que los planes, ambiciones y acciones de los individuos se ponen en contacto permanente, para unirse o enfrentarse, ayudarse o estorbarse. Y si se analizan las diversas concepciones del espacio político, se comprueba que cada pensador lo ha visto desde una perspectiva distinta. La filosofía política es una manera de «ver» los fenómenos políticos, tanto en el mero sentido descriptivo cuanto en el normativo o ético.
Wolin pasa revista a esas distintas perspectivas, desde Platón en adelante, y demuestra que en la historia de la teoría política el genio ha consistido menos en una originalidad sin precedentes que en la recuperación creativa de ideas ya formuladas en el pasado. Por eso, aunque cada una de las obras ilustres que aquí se examinan ha sido el manifiesto de un hombre comprometido con su época, también ha sido siempre, en otro plano, una contribución al diálogo continuo de la filosofía política.