Desde el punto de vista estético, la cultura opera como un significante de las diferencias y similitudes en el gusto, la sensibilidad y el estatus de los grupos sociales. Antropológicamente, se trata de comprender la manera en que vivimos nuestra vida dentro de esos grupos. Tender puentes entre los registros estético y antropológico es la tarea de la política cultural.
Yúdice y Miller trazan un minucioso itinerario de la historia de la gestión cultural en Occidente desde el feudalismo al Estado moderno, en el que se observa cómo la cultura se convierte poco a poco en bien común. La unificación lingüística y la producción de literaturas nacionales son las primeras manifestaciones de este tipo de cultura estatal o nacional. Un magistral análisis de la política cultural de Estados Unidos muestra de manera paradigmática el uso de la cultura con fines propagandísticos, como ocurrió durante las dos guerras mundiales y a lo largo de la Guerra Fría.
Una investigación de las políticas culturales autoritarias en los Estados socialistas, bajo el nazismo, en la época colonial de Sudamérica y en los Estados sudamericanos poscoloniales aporta datos de una gran riqueza, junto con otros aspectos tan importantes como poco atendidos dentro del panorama internacional.
Mediante la teoría, la historia y la política, Miller y Yúdice procuran articular el conocimiento con el cambio social progresista. De ahí que se destaquen, entre las muchas funciones de la política cultural, la promoción de la diversidad de expresiones y la creciente importancia de las industrias culturales, más allá de sus implicaciones comerciales, por su tarea de fomentar iniciativas minoritarias.
Finalmente, los autores se ocupan de la función cultural de los museos, de las políticas culturales transnacionales de organismos como la ONU, la UNESCO, el GATT, Mercosur y la UE, evalúando críticamente sus logros, problemas e iniciativas.