Hay que reconocer que, de entrada, el esfuerzo no es nada seductor. Si podemos conseguir nuestros objetivos sin esforzarnos, tendemos a hacerlo. Aun así, el esfuerzo es necesario; continúa siendo imprescindible. Muchas veces, antes de hacer un esfuerzo pedimos ayuda a los demás, y esto nos convierte en inmaduros dependientes, carentes de autonomía. El esfuerzo es siempre una tensión, un desgaste, un trabajo físico o psíquico que nos agota, pero que deja su poso en el alma.