La obra se dirige a los millones de personas que vivimos exclusivamente de nuestro trabajo (o que aspiramos a vivir de él). Montebourg nos dice que, a esta inmensa mayoría, la globalización no nos ha aportado más que la desindustrialización, la precariedad, el empobrecimiento, la agudización de las desigualdades, la destrucción de los servicios públicos, el aumento de la deuda, las deslocalizaciones… Para luchar contra estas calamidades, sólo queda una solución: la desglobalización, enderezar el rumbo de un sistema que ha acabado enloqueciendo.
La desglobalización es un proceso que nos atañe a todos, pues significa la protección de los trabajadores del Norte y del Sur; significa optar por salarios dignos y protección social en vez de por los dividendos bursátiles. Supone la conversión ecológica del sistema productivo y la revolución industrial verde; el retorno de las fábricas deslocalizadas a sus países de origen y recuperar nuestro destino.
Entre otras afirmaciones, Montebourg sostiene que: “… El error del libre cambio ha abierto también la tumba de la política; la muerte lenta del derecho de los pueblos a elegir libremente su fiscalidad, su derecho al trabajo y su nivel salarial.”