El protagonista y narrador de esta novela vuelve a Barcelona después de una década en Londres y de haber dado carpetazo a una relación sentimental. La ciudad que encontrará estará asolada por una nevada en vísperas de Navidad, pero esto no ocultará su personalidad sino que, antes al contrario, asistiremos -a través de un ejercicio de introspección lúcido y cruel- a la erosión de los sueños de juventud y a la confirmación de que el tiempo no pasa en balde.
En efecto, estamos ante una narración sobre los estragos del tiempo y sobre el sabor acre que deja el tránsito de la juventud a la madurez. La familia que dejó entre la calle Tánger y Bellvitge le pedirá que asuma responsabilidades, su íntimo amigo de correrías juveniles le mostrará la faz espectral que deja la rebeldía mal entendida, Barcelona habrá pasado de la tibia gazmoñería tardofranquista al gélido edén postmoderno... y, aun así, en medio del sinsentido de la experiencia defraudada y de la muerte como apuesta segura, renacerá -por medio de la aparición del apuesto Ciprián Cegrí, joven huérfano de una antigua estirpe de anarquistas catalanes- la dignidad de la lucha cotidiana por encima de poses y quimeras.