Basalla combate en él la imagen tópica del gran inventor –del individuo heroico que revoluciona el mundo con sus hallazgos innovadores- y nos propone una nueva manera de entender la historia de la técnica: una visión evolutiva, semejante en cierto modo a la de la evolución de los seres vivos, que sostienen que en cada momento hay una variedad de opciones diversas para resolver los problemas técnicos que se nos presentan, y que la sociedad escoge unas y margina otras de acuerdo con una serie de criterios, no solo económicos, sino también culturales, en un proceso que se desarrolla gradualmente, partiendo de la vieja tecnología existente.
Esta teoría se ilustra con una serie de apasionantes ejemplos que permiten explicar desde las razones por las cuales los chinos, que idearon el arte de imprimir libros, no acertaron a dar el paso que significaba el uso de tipos móviles, hasta la historia de cómo y por qué se inventó en Norteamérica, hacia 1873, el alambre de espino (que tanto habría de influir en el rumbo de la primera guerra mundial), pasando por los proyectos tecnológicamente factibles pero desechados por su inutilidad social, como el ferrocarril atmosféricos o los barcos nucleares, y por las máquinas imposibles con las que muchos soñaron.
Se ha dicho que este es uno de los raros libros científicos que se leen de principio a fin, y con gusto. Pero es también una obra que, por sus revolucionarios planteamientos, ha suscitado grandes controversias y que, como ha dicho Fenton, “obliga a pensar seriamente y abre nuevas líneas de investigación”.