Durante muchos años, Nick Jans llevó una vida de aventurero y cazador, recorriendo zonas árticas en el seno de una naturaleza extrema, viviendo en las pequeñas aldeas iñupiaq que aún quedan diseminadas por el Gran Norte y compartiendo con estos hombres y mujeres su ancestral modo de vida. Sin embargo, poco a poco comenzó a albergar dudas sobre una estrategia de supervivencia que le obligaba a matar aquello que adoraba: el rito «nigiluk», que concilia al cazador con el animal, había perdido su fuerza. Entonces decidió cambiar definitivamente el rifle por una cámara con teleobjetivo e irse a vivir a un barrio residencial a las afueras de Juneau, capital de Alaska. Después de pasar tanto tiempo rodeado de animales salvajes, especialmente de lobos, de los que había realizado más de cien avistamientos, pensó que tardaría bastante en volver a ver otro. Pero la vida puede ser muy extraña. Al poco de mudarse, un lobo negro apareció a las puertas de su nueva casa, algo insólito, incluso en Alaska. Desde los primeros días, Nick se dio cuenta de que el animal no buscaba ni aceptaba comida, cuidados o refugio, aparentemente sólo estaba interesado en jugar y disfrutar de la compañía de perros y humanos. Aquello era inaudito, pero sólo era el comienzo: el animal decidió quedarse, permanecer durante siete años franqueando a diario la frontera entre lo salvaje y la civilización, arriesgando cada día su vida para pasar un rato con Nick, sus vecinos y sus perros. Nadie había registrado nunca un comportamiento parecido en un animal ajeno a toda domesticación, los biólogos y los etólogos no tenían respuestas... Ésta es, por tanto, la historia que vivió Nick durante aquellos siete años, el relato de una amistad increíble y maravillosa, así como la biografía de uno de los animales salvajes más extraordinarios de los que jamás hemos tenido noticia: es el lobo que puedes ver en la portada de este libro.