Se ha insistido tanto en que dos de los factores definitorios más importantes del momento actual del diseño gráfico son la deslocalización de su identidad y el ritmo frenético de caducidad que se impone a sus productos, que no parece que exista necesidad de abundar en ello.
Las modas se fagocitan unas a otras; por lo que respecta a los materiales y técnicas de producción, las tendencias se suceden más o menos al mismo ritmo, y tanto los diseñadores como el público comparten crecientemente los mismo referentes culturales a lo largo y ancho del planeta. No es difícil acabar a veces con la sensación de que lo que uno ve no es sino una reproducción idéntica de lo mismo. En el artículo sobre Brosmind Studio que este número incluye, Raquel Pelta hace una afirmación especialmente pertinente en ese sentido: el estilo se ha convertido en un elemento clave para dar visibilidad a los diseñadores en un mercado global. Ésta no es una cuestión insignificante, 'estilo' no es 'aspecto', es la identidad personal que permea el trabajo de un diseñador y hace reconocible su sello particular a través de diversos proyectos, no importa lo variopintos que sean. Ni imitación ni mera reiteración, el estilo es la voz propia que es capaz de modularse en función del público al que se dirija y por tqnto nunca resulta plana.
Una de las primeras tareas del diseñador en ciernes, debería ser precisamente la de encontrar o dejar aflorar sus estilo, la voz característica y auténtica que le hará reconocible y podrá dotar de coherencia a todo su trabajo. De ello depende también su éxito a la hora de interpretar al público, de engancharle en una relación de comunicación eficaz y productiva a lo largo del tiempo, como la que han establecido los proyectos de Michel Gondry y Stefan Sagmeister para Detch Projects; o como lo han hecho muchos de los carteles que se produjeron con ocasión del Mayo del 68 francés, a los que, como ocurre con los clásicos, es posible regresar en distintos momentos y seguir encontrando un mensaje pertinente.