Esta fascinante novela, segunda parte de la trilogía La caída de Roma, nos sitúa entre finales del siglo IV y comienzos del siglo V, una época convulsa y apasionante en la que el Imperio romano de Occidente se jugaba su existencia ante el peligro de desaparición a manos de sus enemigos bárbaros, por sus contradicciones y por su propia incapacidad para superar la decadencia que venía arrastrando a lo largo de los dos últimos siglos.
Es en este momento cuando la Roma eterna se juega su destino de la mano de grandes personajes que han marcado la Historia con huella indeleble. Es la época de Teodosio el Grande, Estilicón, Gala Placidia, el gran Alarico, Ataúlfo, los jovencísimos Aecio o Atila, o grandes padres de la Iglesia como San Agustín, San Dámaso, San Ambrosio o San Jerónimo, que, convertido el cristianismo en la religión oficial, construyeron las bases y los fundamentos del papado y del catolicismo.
Es tiempo de grandes pasiones, grandes hazañas y grandes hechos históricos que transformarían la sociedad, la cultura, la religión, la economía, las costumbres y el mundo hasta entonces conocido. Tiempo de grandes pasiones, amor, odio, ambición, traiciones, guerras, heroísmo, intrigas y crímenes. En fin, tiempo en el que el Imperio fue puesto en jaque, tanto por los visigodos, ya instalados en el interior, como por los nuevos invasores suevos, vándalos y alanos, que lo llevaron al límite de su propia supervivencia y en el que la propia Roma fue tomada y saqueada.
Trascurridos estos años tan cruciales, ya no hubo posibilidad de que el Imperio romano de Occidente eludiera su fatal destino.
«Llega Alarico, cerca la temblorosa Roma, la agita y penetra en ella... Así luego (los soldados), ávidos de botín, tomarían todo lo que quisieran... ». Paulo Orosio, Los siete libros de historia contra los paganos.