La mitología egipcia bien puede considerarse la madre de todas las mitologías tanto por su antigüedad como por su fantástico y fascinante contenido, con miles de años de historia —nadie sabe exactamente cuántos— y un lenguaje dibujado y escrito que bien puede competir con el cuneiforme de los sumerios, y que aún se conserva hoy en día en las paredes de las pirámides, de los templos, de las tumbas y en los papiros. Sus dioses son tan proto-humanos como espirituales, en un bucle espacio temporal de avatares con nombres secretos innombrables y nombres con los que los reconocen los hombres, donde Ra envejece y mengua; Horus es eternamente joven; Seth es héroe y villano; Hathor, madre virgen y bella; Isis, todopoderosa; Osiris, una momia excelsa; Thot, un científico incomprendido; Bastet, una gata deliciosa esotérica; Anubis, un chacal exquisito; Apofis, una serpiente mala y necesaria; Sobek, un noble cocodrilo hambriento; Apis, el buey sensible y luminoso; y unos faraones y faraonas, todos ellos divinos y mitológicos, que mantienen el esplendor del mágico Egipto por más de tres mil años, y lo que resta.
La mitología egipcia contiene al eterno Egipto de todos los tiempos.