Para las éticas grandilocuentes, con su excesiva
verborragia, que tanto mira a las alturas
como desatiende las cosas mundanas, el concepto
de “lo útil” merece ser menospreciado
por no estar a la altura del concepto que con
mayor agrado encumbran, el de “deber”.
Cicerón entiende, por el contrario, que el
deber solo es sintético y de este mundo allí
donde se entrecruza con lo útil, es más, que
solo así la razón se materializa y tiene rostro
humano.
En particular, la vida civil, la paz en el Estado,
sería inviable si no fuera referida a la
utilidad. Y Cicerón demuestra que nada de
esto es siquiera pensable sin que cada uno
pague sus deudas y se garantice así la propiedad
privada.
Un bello tratado en el que se enseña
que si la utilidad se persigue de modo
honesto e inteligente cabe alcanzar la
felicidad.