Seamos conscientes o no, nos construyen nuestros enemigos. Otra manera de decir que la sociedad siempre está en conflicto. Huir no funciona. Hace más de una década, las señales del agotamiento del modelo neoliberal ya estaban presentes y, sin embargo, no quisimos verlas.
Tuvo que entrar en el Capitolio un loco con una piel de bisonte en la cabeza para que las democracias liberales miraran a los ojos al monstruo. Los cambios geopolíticos convocaron a la guerra por primera vez en treinta años en Europa, se consuma un genocidio en Palestina, América Latina es un continente en disputa y las muchas guerras en África, Oriente Medio y Asia parecen preparativos para un conflicto entre Estados Unidos y China. Un viejo mundo no se quiere marchar y al nuevo no se le deja nacer.
Cuando cortamos todas las raíces que nos atan a nuestros principios morales, cercenamos nuestra propia humanidad. Y entonces, en nuestro desgobierno de las palabras tenemos que escribir en el diccionario ecoansiedad o futurofobia, nuevas voces para nuevas realidades. Mientras, la incapacidad para señalar como enemigos el hambre, la pobreza, la enfermedad, la explotación, la opresión, la desigualdad, el destrozo medioambiental, la guerra y la violencia convierte en enemigos la igualdad, la libertad, la fraternidad, la paz, la sostenibilidad, el internacionalismo y la esperanza.
La única autoayuda que funciona es la «autoayuda colectiva». Se llama política. Frente a soluciones individuales y como antídoto contra la indiferencia, esta suerte de antimanual quiere recuperar esa Política con mayúsculas.