Frank Frazetta ha sido el rey indiscutible del arte fantástico durante 50 años, y su fama no ha dejado de crecer en los años transcurridos desde su muerte. Ahora que sus pinturas baten récords en subastas (Egyptian Queen se vendió por 5,4 millones de dólares en 2019), se hace evidente la necesidad de dedicarle una monografía completa.
Nacido en una familia de inmigrantes sicilianos en Brooklyn en 1928, Frazetta fue un deportista de ligas menores, un delincuente de poca monta y un seductor en serie con apariencia de estrella de cine y un talento extraordinario. Afirmó que solo hacía arte cuando no tenía nada mejor que hacer (prefería jugar al béisbol), pero comenzó su carrera profesional en los cómics a los 16 años. Su trabajo como dibujante de tiras cómicas lo llevó a EC Comics y de ahí a pintar óleos para las portadas de ediciones baratas de Tarzán y Conan. Ambos personajes fueron interpretados por muchos antes que él, pero como explicó en la década de 1970, “Pongo mucho énfasis en la físico. En Brooklyn, conocí a Conan. Conocí a tipos como él”. Frazetta usó ese conocimiento de primera mano de los músculos y de la figura del macho para redefinir a los héroes de fantasía haciéndolos más grandes, amenazantes y testosterónicos que nunca. Como contrapartida, creó una nueva generación de mujeres, tan desnudas como lo permitía la censura, con caras de duendecillas y cuerpos rotundos: muslos gruesos, nalgas rotundas y senos firmes combinados con vientres suaves y toques de celulitis, creíblemente reales. Añada la acción, las criaturas y los mundos crepusculares de sombras inquietantes y el resultado es una obra tan adictiva como las patatas fritas.