Edward Sheriff Curtis (1868-1952) dedicó toda su vida a un proyecto personal: utilizar una cámara para preservar el patrimonio cultural de los pueblos indígenas de Norteamérica. Durante tres décadas, viajó por todas las regiones del continente, enfrentándose a todo tipo de terrenos y climas, por tierra o por agua, por el desierto de Mojave a 50 °C o por el Ártico a -20 °C, desplazándose a pie, a caballo, en carreta, en burro, en barco o en tren, o más tarde en automóvil. Durante esos años, tomó más de 40.000 fotografías.
A lo largo de su vida, las mejores de estas fotografías, tituladas The North American Indian, se presentaron en veinte elaborados porfolios de gran formato con los que Curtis levantó un monumento para conmemorar la cultura en vías de desaparición de los pueblos indígenas de Norteamérica e insuflarle nueva vida. El libro también contiene una selección de fotografías de los volúmenes de texto.
Si no fuera por Edward S. Curtis, apenas sabríamos nada sobre los ritos de los hopi en el suroeste de Estados Unidos, ni seríamos capaces de imaginarnos a los bailarines de invierno qagyuhl, ni tendríamos idea alguna de las ceremonias en la isla Nunivak. Un mensaje humanístico primordial emana de sus fotografías: es posible lograr una coexistencia pacífica que supere el odio y el prejuicio si, al cruzarnos con un extraño, estamos dispuestos a encontrar alguna idea en común.